Cierto día, un padre le dijo a su hijo, que solía enfadarse continuamente por cualquier motivo, que fuera clavando un clavo en una valla del jardín, cada vez que se enfadara.
El niño a regañadientes aceptó, pero un día comprobó que no cabían más clavos en la valla, por lo que no le quedó más remedio que empezar a controlarse si quería quitarlos. Hasta que un día, consiguió quitarlos todos y se lo dijo a su padre. Y éste le dijo:
El niño a regañadientes aceptó, pero un día comprobó que no cabían más clavos en la valla, por lo que no le quedó más remedio que empezar a controlarse si quería quitarlos. Hasta que un día, consiguió quitarlos todos y se lo dijo a su padre. Y éste le dijo:
-Mira, hijo mío, has arrancado hasta el último clavo, pero los agujeros han quedado para siempre. Cada enfado con nosotros ó tus amigos, era un agujero que nos hacías en el corazón. El clavo se saca, tú puedes disculparte, pero el agujero ya no desaparecerá nunca.
Así pues, la moraleja que yo quiero entresacar en esta ocasión es la de que intentemos no enfadarnos, en la medida de lo posible, ó al menos dejar los menos agujeros posibles durante nuestra vida.
Esta moraleja está sacada del libro "Felicidad", de Yu Dan, en la que extracta la filosofía de Confucio, y, de la que próximamente escribiré un artículo, pues me está resultando muy interesante y quisiera compartir en este blog.
Esta moraleja está sacada del libro "Felicidad", de Yu Dan, en la que extracta la filosofía de Confucio, y, de la que próximamente escribiré un artículo, pues me está resultando muy interesante y quisiera compartir en este blog.