25 de noviembre de 2012

Los hombres de Dios.

No hay más que pasar unos días en un monasterio benedictino, compartiendo la vida con los monjes, para comprender la sencillez con que es posible vivir y ser feliz. Agradezco el trabajo de estos hombres cuya vida dedican a la oración, que hacen, que un aurea de energía positiva se derrame desde su humilde lugar de estancia por todos los rincones. No poseen nada de valor, y, lo poco que tienen es para vivir. No trabajan por un salario. Sólo aspiran a tener para comer y no pasar frío, para poder seguir sirviendo a Dios, y, por ende, a todos nosotros...
Sí, estoy seguro de que toda esas oraciones rogando por nosotros tienen sus efectos. De hecho, si no fuera por ellos, no tengo muy claro donde estaríamos a estas alturas de la película.
Sólo debemos colaborar un poco, ayudándonos los unos a los otros. No es necesario ponerle la cuchara al prójimo en la boca, pero tampoco se la quitemos de un manotazo... A buen entendedor...