El primer y segundo filósofo católico. Si se me permite hacer esa analogía, entre ambos. Y entre ambos median 800 años. Entre el 400 dC y el 1250 dC. Empezando y terminando la Edad Media. Ambos fueron acomodados. El primero mujeriego y el segundo, nada de nada. El primero, cansado de una juventud escandalosa, en la que no paró de hacer gamberradas y ser un vividor empedernido, y el segundo todo lo contrario. Ambos buscaban en profundidad lo que muchos nos planteamos durante toda la vida. ¿Para qué estamos aquí? Ambos llegan a la conclusión (tengamos en cuenta la época en la que nos situamos), de que hay que vivir para los demás, como medio de alcanzar el Paraíso. Pero ambos sabían que ese Paraíso no era para toda la eternidad sino para vivir lo que nos tocara vivir mientras respirásemos. El primero no lo consiguió a base de ser un vividor y el segundo tampoco a base de vivir interiormente. Ambos acabaron sus vidas dándose a los demás y eso, ni más ni menos fue lo que los consagró eternamente.
Curioso.
Como ellos hay muchos más de los que nunca sabremos nada, porque, entre otras cosas, no dejaron nada escrito y hoy en día, hay tanto escrito, que es muy difícil resaltarlo. Y además, no se me ocurre nada, que ya no esté escrito. Valgan las redundancias.
Pero entonces, esos manuscritos eran oro en paño. Máxime en manos de la Iglesia, que dibujó a su imagen y semejanza lo que quisieron que se interpretase de esos escritos, claro está.